Cultivar una vida plena
Compartimos una comprensión del desarrollo espiritual como una práctica para cultivar una vida plena, basada en el trabajo para el desarrollo de la consciencia.
A fines del siglo XIX y en la primera la mitad del siglo XX, vivió y trabajó un maestro espiritual muy original y misterioso: George Gurdjieff. Este maestro armenio decía que el desarrollo espiritual del hombre y que le permite cultivar una vida plena, era el desarrollo de su conciencia, y que este se puede lograr mediante un camino de trabajo espiritual, y el que él en particular proponía que se llama “cuarto camino”.
Gurdjieff también decía que este camino de desarrollo de la conciencia es muy dificultoso para el hombre, y que esta dificultad radica en que generalmente vive su vida dormido. Con esta palabra el maestro se refería a que gran parte de nuestra vida la vivimos distraídos en nuestros pensamientos y patrones de conducta habituales. Estos hábitos son reflejos, es decir, automáticos. Por eso Gurdjieff decía que vivimos una vida mecánica que nos aleja del desarrollo de la conciencia. No solemos ser conscientes de la situación que se nos presenta porque estamos capturados por nuestros pensamientos que nos llevan hacia el pasado y hacia el futuro y por nuestras rutinas habituales que se despliegan de manera automática.
Este gran maestro nos señalaba que cuando no desarrollamos un camino espiritual, o sea, un camino de desarrollo de la conciencia, seguramente la vida nos dará choques que pueden hacernos despertar al menos por un momento. Estos choques pueden ser conversaciones, encuentros o ideas que resulten reveladoras o experiencias que de alguna manera nos saquen de nuestra vida mecánica.
Un ejemplo de choque puede ser el sufrir un accidente que nos ponga al borde de la muerte, pero del que salgamos ilesos. Muchas personas, al pasar por dicha experiencia, descubren que no saben por qué actuaban como lo hacían hasta el momento del accidente, y comienzan a ver su vida de manera diferente. Descubren que estaban enfrascados en la búsqueda de éxito, dinero o lo que fuere y que no eran del todo conscientes de lo que hacían ni de por qué lo hacían. Muchas veces, estos choquen producen un cambio de conciencia que se vuelve duradero en sus vidas.
Otro ejemplo es el de las personas que son diagnosticadas con una enfermedad terminal y se enfrentan con la posibilidad cercana de morir. Es muy común que estas personas cambien radicalmente la perspectiva de lo que fueron sus vidas y se pregunten, por ejemplo, por qué no expresaron más intensamente su amor, por qué no pidieron perdón, por qué no perdonaron. Al mismo tiempo, se preguntan por qué se dedicaban tan exclusivamente a la acumulación de bienes, títulos y otros logros, que a la hora de enfrentar la muerte se les aparecen como irrelevantes.
Estos choques revelan el carácter mecánico con el que solemos vivir nuestras vidas y cómo este nos limita, a menos que cultivemos el compromiso de desarrollar nuestra conciencia. Nuestro ego, o rasgo de carácter es uno de las expresiones más profundas y compulsivas de esta vida mecánica.
Todas las tradiciones espirituales pueden ser interpretadas como caminos para cultivar una vida plena mediante el desarrollo de nuestra conciencia, que suelen llevarnos a develar el momento presente como lo único real en nuestras vidas y a adquirir una visión más sabia en la que el amor y la compasión emergen con naturalidad. Adicionalmente, la ciencia hoy está estudiando muchas prácticas contemplativas milenarias y verificando su impacto en el desarrollo de rasgos alterados en las personas, como la ecuanimidad, la compasión, la serenidad, etc.
De manera impactante, la ciencia en las últimas décadas ha podido corroborar el impacto de las prácticas contemplativas milenarias sobre nuestro sistema nervioso y nuestra conciencia. Estas prácticas son muy efectivas para cultivar una vida plena y feliz.
Los occidentales tenemos un verdadero tesoro de saber pragmático en esas antiguas prácticas, en tanto prácticas de desarrollo de la conciencia y de la vinculación profunda entre los dominios corporal, emocional y mental. Las emociones aquí tienen un rol central. Debemos aprender de estas tradiciones a desarrollar conciencia del origen de nuestras emociones para poder actuar con la emoción y no dominados por ella. El desarrollo de la competencia emocional implica desarrollar formas prácticas de relacionarse con las distintas manifestaciones de la emoción. Cuando no podemos dar un curso efectivo y productivo a nuestras emociones, estas pueden dar lugar a estados de ánimo predominantes y, finalmente, a rasgos de carácter más cristalizados. Estos están en el origen de muchos conflictos y acciones que generan sufrimiento en múltiples formas.
Ya hemos señalado el valor central de cultivar una vida plena para hacer frente, como líderes, a los desafíos que nos esperan.
A nuestro juicio, este es uno de los grandes desafíos que enfrentamos, el de aprender a entrenar nuestra mente y nuestro corazón para la ecuanimidad, la sabiduría y la compasión. Este es quizás el desafío más profundo y significativo en nuestra vida, pero cultivar una vida plena está en nuestras manos.
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