Cultivar plenitud: tres horizontes
Vivir una vida plena puede que sea un objetivo que seguramente nos parezca relevante a casi todos. Pero el punto es: ¿cómo cultivar plenitud?
En la vida es bastante habitual que queramos alcanzar logros. Éxitos en nuestros afanes en diversos campos. En mi experiencia como coach me resulta bastante habitual encontrar personas que creen haber alcanzado el éxito que se habían propuesto en algún momento y sin embargo se sienten vacíos, perdidos, desganados, cuando no miserables; a pesar de sus logros.
No necesariamente lo que nos va permitiendo forjar una vida de logros nos permite cultivar plenitud en esa vida. Hace unos años trabajo en el desarrollo de una disciplina que pueda contribuir a asistir a las personas en alcanzar el éxito y la plenitud simultáneamente. Como mencionara antes en este blog trabajar sobre la consecución de logros implica hacerce cargo de dos dimensiones centrales. La primera de ellas es la de la identidad pública. En esta dimensión nos importa crear una identidad de valor en el mundo, constituirnos como oferta. Desarrollar proyectos que creen nuevo valor e innovaciones significativas para sostener y expandir la competitividad de dicha oferta. Una segunda dimensión es la de las redes de relaciones. Este es el domino de las relaciones, la construcción de confianza, la coordinacion de acciones con otros y por ende también del liderazgo y el cambio. Aquí buscamos efectividad en dicha coordinación. Es el espacio del “nosotros”.
Pero debemos incluir una tercera dimensión que podríamos llamar el mundo personal, el mundo del “yo”. A esa dimensión quiero dedicar este artículo. El significado de la palabra plenitud suele asociarse con la persona al alcanzar su máximo desarrollo, la totalidad o la mayor importancia.
Esta dimensión del mundo personal donde se define la plenitud suelo asociarla con tres horizontes al momento de comprenderla y al trabajar con las personas en su desarrollo. Aquí comparto esto tres horizontes de comprensión con ustedes:
- Primer horizonte. Cultivar plenitud hoy: en la inmediatez del momento actual podemos hacer cosas para cultivar plenitud. Cualquiera de nosotros puede decidir hacer foco en aclarar cuales son sus motivaciones dominantes en su vida, lo que contribuye a que sus decisiones los lleven a una vida más plena. Muchas personas no se conocen lo suficiente para entender que motivaciones las orientan en la vida, operando como verdaderas brújulas. Por otro lado las personas suelen tener mapas del mundo. Ciertas creencias determinaran la manera en la que buscarán cuidar o atender sus motivaciones dominantes. Cuando las personas no son conscientes de cuales son sus creencias y como definen lo que les es posible en la vida, sus posibilidades de desarrollo se ven limitadas. Pero quizás el factor más importante que define la experiencia de plenitud es la vida emocional. En definitiva la calidad de nuestra vida es en gran medida definida por la calidad de las emociones que experimentamos cotidianamente. Estas emociones son nuestros combustibles para la vida. Muchas personas no saben como usar sus emociones “aflictivas” para aprender y fortalecerse y tampoco saben como cultivar las emociones positivas que ampliarán sus posibilidades. Cuando una persona en proceso de coaching quiere producir una mejora en su experiencia de plenitud en un tiempo breve, es muy poderoso el trabajo con la clarificación y definición de brújulas, combustibles y mapas con los que van a afrontar la vida. En este horizonte de intervención mi trabajo como coach se nutrió mucho de la articulación de la perspectiva de las necesidades humanas básicas de Anthony Robbins y Cloé Madanes.
- Segundo horizonte. Cultivar plenitud al trascender los condicionamientos del carácter: estas motivaciones, emociones y creencias se van forjando en cada uno de nosotros como producto de las experiencias de nuestra vida y van quedando en nosotros como patrones habituales o respuestas condicionadas. Lo que describíamos en el punto anterior es un primer horizonte de corto plazo para tomar protagonismo en cultivar plenitud en nuestra vida, que busca responder a esos patrones habituales para que nos nos limiten al enfrentar los desafíos de nuestra vida. Pero muchas veces el trabajo en este primer horizonte no alcanza. Resulta que en muchos casos salir del sufrimiento y el estancamiento implicar lidiar con nuestro carácter. Podríamos describir nuestro carácter o estructura egóíca, como una suerte de constelación de patrones habituales que operan como un todo coherente y condicionante. Ciertas expresiones condicionadas de nuestra emocionalidad, nuestro instinto y nuestro intelecto que se establecieron como una suerte de estrategia preferida de supervivencia, comienzan a ser en la adultez una armadura que nos limita. Podríamos decir que nuestra estructura egóica genera una experiencia condicionada de las dimensiones emocional (pasiones), mental (fijaciones) e instintiva (instintos condicionados). En este horizonte de intervención mi trabajo como coach se nutrió mucho de la articulación de la perspectiva de la psicología integrativa de Claudio Naranjo.
- Tercer horizonte. Cultivar plenitud mediante el desarrollo espiritual: en varias tradiciones milenarias existen prácticas de desarrollo espiritual que se pueden comprender como pragmáticas de entrenamiento de la mente. Este es un tema tan interesante como mal comprendido en occidente. Muchas practicas espirituales como la meditación en el budismo, son verdaderos procesos de entrenamiento. En particular, la milenaria tradición del budismo nos enseña que al comprometernos con ciertas prácticas cotidianas de meditación y visualización, podemos comenzar a experimentar atisbos de la que se llama la mente natural. Esta mente natural es algo así como el fondo de nuestra conciencia, contra la cual emergen todos los fenómenos: pensamientos, sensaciones y emociones. Esta conciencia es la que permite que todos esos fenómenos aparezcan, desaparezcan y reaparezcan. Esta naturaleza se relaciona con una especie de semilla en nosotros que puede hacer posible un estado que trasciende la confusión y el conflicto y da lugar a un estado de bienestar, de dicha. Durante los dos últimos milenios distintas personas han intentado iluminar una curso de acción con ciertas palabras que sirvan como luces a lo largo del camino hacia este estado. Hay tres palabras que se usan para describir la naturaleza de la mente en este estado. La primera es vacuidad: este concepto no se refiere a la simplista idea de ausencia de todo, la idea de que nada existe. El concepto se refiere, más bien, a un espacio abierto que posibilita que todo aparezca, cambie, desaparezca y reaparezca. Otras palabras que pueden ser significativas son: apertura o potencial. A un nivel básico de nuestro ser estamos vacíos de características definibles. No estamos definidos por nuestro pasado, ni nuestro presente, ni por los pensamientos y emociones respecto de nuestro futuro. Tenemos el potencial para experimentar cualquier cosa, en términos de pensamientos, emociones y sensaciones. Conectar con esta presencia y cultivarla nos puede ayudar a conectar con una conciencia de estar siempre a salvo, siempre en casa. La segunda palabra es claridad: La claridad es la capacidad natural de ser conscientes. De la misma forma que la vacuidad es la capacidad de ser cualquier cosa, la claridad es la capacidad de ver cualquier cosa. Sin claridad no podríamos hacer distinciones en nuestra experiencia, sin embargo la claridad no es la conciencia de algo en particular. La clave del budismo reside en aprender a descansar en esta conciencia de los pensamientos, emociones y percepciones, a medida que van ocurriendo. La simple observación de la propia experiencia comienza a transformarla. Cuando comenzamos a observarnos, podemos usar el proceso de distinción en lugar de que este nos use a nosotros. Podemos así ver como las experiencias del pasado se transforman en patrones en el presente. Podemos comenzar a atisbar la conexión entre lo que vemos y nuestra capacidad de ver. Por ultimo, la tercer palabra es amor: usualmente las variedades de amor con las que estamos familiarizados son de tipo condicional. El amor es, entonces, un commodity que es intercambiado en términos de premios y castigos. Cultivar la apertura y la claridad de la que hablábamos, nos permite experimentar un apertura tierna y sin condiciones hacia todos los seres. Se suele usar la palabra compasión. Esta forma de amor la podríamos llamar amor esencial (essence love). Este amor, como la apertura y la claridad están más allá de cualquier nombre que podamos darnos, de cualquier rol que tengamos en la vida. Conforman una condición que no puede ser creada ni destruida. Cada práctica de meditación budista puede ser vista como una re-conexión con esta condición. En este horizonte de intervención mi trabajo como coach se nutrió mucho de la articulación de la perspectiva del Budismo Tibetano y en particular de mi maestro Tsoknyi Rimpoche.
Ustedes, ¿cómo se hacen cargo del dominio de la plenitud es sus vidas?
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